El ser humano es un ente
conformado por cogniciones, emociones y conductas. Este triunvirato se
encuentra constante e integralmente interrelacionado. Primeramente las
cogniciones, que implican toda actividad mental del hombre que tienen origen en
el acto de pensar. Entendiéndose por
este, como aquel que pone en funcionamiento el cerebro humano para permitirle
conocer, imaginar, abstraer, analizar o comparar el mundo que lo rodea.
Dicho en otras palabras, sin
pensamientos no hay aprendizaje ni mecanismo de adaptación. Tampoco existiría
una forma de enfrentarse con un mundo cambiante. Vale
destacar que todo parte del proceso de la percepción y la sensación, pasando
por otros más que desencadenan nuestros pensamientos.
Al hablar de percepción se
tiene que es un conjunto, es decir un “todo”, en el que forman parte también
las sensaciones. Por su parte Bengoechea, (1999) menciona que “la percepción es
esa capacidad de dar significado a las sensaciones a partir de la
estructuración y organización de los datos que se reciben a través de los
sentidos” (p. 171).
Definitivamente mediante
ella, se discriminan, seleccionan e interpretan los significados de los
estímulos que recibe y adquiere el conocimiento acerca del mundo. De manera
sencilla, es: cómo se conoce la realidad
mediante los datos provenientes de los sentidos. Es importante resaltar que en
el proceso de percepción está involucrado el término “sensación”.
En este marco de ideas, es
necesario hablar de las emociones, las cuales aunque son reacciones
fisiológicas, adaptativas y variables, se ven influidas por toda nuestra producción cognitiva. Implican procesos
de percepción y sensación. Activan la
atención y la memoria que es el resultado
final del aprendizaje. Por esta razón, las emociones generan nuestras
conductas, dando como resultado ese acercamiento, alejamiento o predisposición con
nuestro entorno. (Personas, objetos, situaciones…).
Con respecto a este último
componente conductual del ser humano, es inevitable realzar el papel del
aprendizaje, ya que como se ha mencionado entre líneas, se aprenden cogniciones
que generan emociones y estas últimas las conductas que terminan en actitudes.
En efecto, el aprendizaje es
un cambio en la conducta debido a la experiencia que no es necesariamente
adquirir algo, ya que a veces el aprendizaje significa renunciar a algo. Por
ende, el aprendizaje implica cualquier tipo de cambio. En tanto, con base en el
aprendizaje nos vamos creando nuestra propia personalidad.
Visto de esta forma, Beltrán
y Bueno, (1995) definen la personalidad como: “el conjunto de rasgos
mensurables del individuo. Estos rasgos son considerados como características
psicológicas o comportamentales que pueden observarse en un individuo.”
(p.175). En concordancia con esto, Holt (Citado en Quintanilla, obt. Cit.) cree
que hay una serie de aspectos que configuran la personalidad .
Entre ellas: las
capacidades, el temperamento, los rasgos, los motivos, los valores, las
actitudes, las creencias, los intereses, la historia evolutiva, la capacidad de
ajuste y la salud mental. Es de señalarse que la personalidad se
forma en una constante mediación entre factores internos y factores externos
que se propician o inhiben en dos ámbitos: la escuela y la familia.
La personalidad, igualmente es
esa carga con la cual actuamos en nuestro entorno en pro del logro de nuestras
metas. Sin embargo, además de todo lo que contiene inmersa nuestra personalidad
también es vital ese esfuerzo que una
persona está dispuesta a hacer para conseguir algo, a este se le llama
motivación. Este proceso lleva consigo aquellos factores cognitivos y afectivos que influyen
en la elección, iniciación, dirección, magnitud, persistencia, reiteración y
calidad de una acción.
Resulta evidente el
necesario equilibrio entre la motivación intrínseca y extrínseca donde las
cogniciones y sociocultura influyen para que el individuo fomente la
productividad y eficacia, guie la conducta hacia un objetivo y cumpla las metas
que le permitan satisfacer sus necesidades plenamente.
Finalmente, nuestra
personalidad que está conformada por esas cogniciones aprendidas nos darán
insumos para manejar el tan natural fenómeno del conflicto en nuestra cotidianidad,
pues el problema no es tenerlo si no ser incapaz de tratarlo positivamente. Se
espera en tanto que el sujeto tenga cogniciones racionales y potenciadoras que
le generen emociones ajustadas que redunden en conductas que lo predispongan a tolerar sus
frustraciones y asumir las consecuencias de sus actos.

REFERENCIAS USADAS
Beltrán, B y Bueno, B. (1995). Psicología de la Educación. España: Marcombo.
Quintanilla, B. (2003). Personalidad Madura. México: Publicaciones Cruz
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